(Ganador del V Certamen de Cuentos organizado por el Centro Cultural del Tango Zona Norte).

Pascual Cafaratti cantaba tangos. Bueno, en realidad los aporreaba. Quizás no sería exagerado decir que los destrozaba. Pero, como ocurre generalmente con quien desafina, estaba convencido de que cantaba bien. Y, para colmo, tenía el berretín de triunfar en los escenarios.

La ocasión se le presentó cuando en el club de su barrio programaron un concurso de cantores. Se inscribió con un pomposo seudónimo: Fernando Galván.

 

Los organizadores, escasos de participantes, lo admitieron aun a sabiendas de que no entonaba ni por equivocación.

Podría suponerse que la actuación – atendiendo a sus limitaciones – iba a ser cuestión de debut y despedida. Y en parte fue así, aunque ya veremos que la historia tomaría un rumbo inusitado y hasta podría decirse extraño.

Como el pobre payador del tango Mocosita, tras haber sido despiadadamente reprobado por el jurado – y abucheado por el público – el protagonista de esta historia volvía a su casa «vencido, con el alma destrozada, sin hallar consuelo a su dolor» y – parafraseando a Discepolín – con ganas de «cachar el bufoso y ¡chau, vamo a dormir!..»

 

Pero, como también dijo Discépolo, «la suerte que es grela» (¿será por eso que es tan caprichosa?). Suele tocar con su varita a los personajes más insólitos. Como Pascual, por ejemplo.

Lo cierto es que esa noche – que para el fracasado concursante se presentaba tan oscura como el futuro de un negro condenado y en manos del KuKuxKlan – se transformó súbitamente en un deslumbrante amanecer.

Después de la frustración, Pascual llegó a su bulín mistongo bastante mareado como consecuencia de haber ingerido varias copas con las que pretendió superar el mal trago, lo cual, haciendo un juego de palabras, resultaba un verdadero contrasentido.

Estaba tratando de insertar la llave en el ojo de la cerradura (que parecía burlarse de su casi nula coordinación) cuando oyó la voz:

– ¡Pst, eh, pibe!.. ¡Qué papelonazo, viejo!.. ¡Te estuve «escuchando» !.. ¡Ni a propósito podés «cartar» así de fulero!… Pascual pensó que estaba trastornándose; sin embargo, a pesar de estar sumido en el sopor que le producía el alcohol, se percató de que esa voz le resultaba, cuando menos, conocida; particularmente por el empleo de «r» en lugar de «n».

Miró a su alrededor y, al no ver a nadie, se convenció de que no era otra cosa que el efecto de las libaciones. Ya estaba por reanudar sus intentos de acertar con la llave, cuando nuevamente – y ahora con mayor claridad – percibió que le decían – ¡Aquí, pibe!.. ¡Aquí, en la cornisa!…

 

Pascual levantó instintivamente la mirada y entonces lo vio. La pinta – con la que, según Celedonio, soñara cualquier cacatúa – y la inconfundible sonrisa ladeada no podía pertenecer a otro que no fuera él…

 

Casi se desmaya. Apenas recuperado (dicen que no hay nada mejor que un susto para disipar la niebla de una curda), el impresionado Pascual comenzó a tartamudear: – ¡Gar.. Gar… del!.. ¡Nnno… no pue… no pue… de ser!..

Y arrancó de golpe: ¡me estoy volviendo completamente rechiflado!…

– ¡Pará, pará!.., le respondió la voz y prosiguió: ¡Quedáte «trarquilo»!.. ¡Sí, soy yo!.. ¡Eso sí, solo mi alma, porque ya sabés lo que me pasó en Medellín!…

 

-¿Qué broma es ésta?… ¿Me están haciendo una joda pesada los muchachos de la barra?… protestó Pascual.

– Nada de bromas. Yo siempre «ardo» por el cielo de… ¡Miiii Buenos Aires… queriiiido!.., dijo el alma de Gardel imitándose a sí mismo, y agregó: «Cuardo» supe del «corcurso» quise oír a los valores que se anotaron…

Nuestro amigo pensó para sus adentros: ¡justo hoy!.. ¡Qué mala idea tuvo!…

 

El espíritu de Gardel prosiguió: ¡La verdad, nene, fuiste un desastre!.. Pero si vos quisieras, yo podría ayudarte…

Intrigado y cauteloso, Pascual se interesó: ¿Ayudarme?.. ¡No veo cómo!…

– Si me dejaras, puedo meterme en tu gola y «cartar» por vos ¡y sobre todo «ertonar» como se debe!… remarcó el duende de Carlitos.

– ¡Sería fantástico!.. ¿Pero, a cambio de qué?, inquirió Pascual entre entusiasmado y receloso.

– ¡Ah, no!.. – protestó con enojo el alma de Gardel – ¡Justo «cormigo» te venís a mostrar «descorfiado»!…

Nuestro personaje, temeroso de impacientar nada menos que al Zorzal Criollo – y, sobre todo, de perder la oportunidad -, se disculpó apresuradamente: ¡No se enoje!.. ¡Perdone, don Carlos!.. ¡Lo que pasa es que no me explico como podré retribuirle semejante favor!…

– ¡Mira, pibe!.. ¡Vos me resultás simpático! Por eso estoy dispuesto a darte una mano, y de paso…

-¿De paso qué, don Carlos?, indagó ansiosamente Pascual.

-¡De paso «despurto» el vicio!.. Vos sabrás (a pesar de que sos un desastre) que el «carto» se lleva en el alma y ahora yo soy solo eso: ¡el alma que «carta»!…

 

El convenio se cerró sin más trámites. Pascual pondría la garganta y Gardel, el talento. De este modo cada uno tendría su provecho: Cafaratti podría resarcirse del bochorno, y el Morocho, al corporizarse, brindaría nuevamente su arte incomparable para deleite de sus fieles seguidores…

 

La entente comenzó a funcionar durante un asado, ocasión en la que, sin que nadie lo solicitara, y solo por hacer una prueba, Pascual se puso de pie y se despachó con una magistral versión de «Volvé mi negra», a la que siguieron con igual maestría «Arrabal amargo» y «Silencio».

 

Los comensales quedaron mudos de asombro. ¿El que acababa de cantar era el mismo Pascualito que ellos conocían? ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible tanto cambio?.

Ninguna de esas preguntas tenía respuesta, pero igualmente lo ovacionaron.

 

La voz corrió, según vulgarmente suele decirse, como reguero de pólvora. Desde ese momento todo fue meteórico. Los medios radiales y televisivos se disputaban actuaciones y reportajes. No faltaron las inevitables – y absurdas – comparaciones: ¡Canta mejor que Gardel!.., llegaron a decir algunos tontos que, claro está, ignoraban la verdad.

Al principio todo fue bien. Es decir, todo hasta que apareció la miseria humana personificada, en este caso, por dos hermanas siamesas: la vanidad y la soberbia, dos de los peores pecados que puede cometer el hombre.

 

Ocurrió una mañana. Pascual se levantó con la inconsciente y alocada idea de renovar su repertorio. Sintiéndose un triunfador, y creyendo que ya estaba en condiciones de cortar el cordón umbilical que lo mantenía unido al duende de Gardel, en un acto de refinado desagradecimiento, decidió, unilateralmente, incluir Gricel, Uno, Sur y… ¡Balada para un loco!…

 

¿Cómo iba a ayudarlo Gardel si todos esos temas fueron creados después de su muerte?. El Morocho del Abasto no llegó a conocer esas obras y, por tanto, era imposible que su ánima las cantara.

 

Allí se derrumbó todo. El resultado es fácil de imaginar. No hace falta describir los sucesos que condujeron a la debacle.

 

Masticando la derrota, Pascual llegó a su «cuchitril de bohemia» – como define al bulín la letra de Inspiración – sin haberse siquiera animado a pasar por el boliche para mandarse «la copa del olvido», por lo que esta vez acertó sin problemas el agujero de la cerradura.

 

Desde la cornisa, y sin chistarle, el ánima de Gardel lo contempló y en un susurro que se confundió con la brisa nocturna, lamentó no haber aplicado un consejo muy suyo: ¡Cómo no recordé lo que yo mismo sostuve siempre! ¡No hay que avivar giles, viejo!.. ¡Al final, se te hacen «cortra»!..

ARRABAL AMARGO – CARLOS GARDEL

 

Luis Ángel Nazzi

San Francisco (Córdoba