Viajó desde el nordeste del país, aunque sus amigos se quedaron ofendidos. Cómo no se le había ocurrido contarles, si eran familia, que había planificado un viaje. Hasta con centavos quisieron sacarle información del destino, pero ni por un kilo de oro Sebastián abriría la boca. Además, para qué, con su trabajo bien podría cancelar la deuda en la agencia de viajes. Que se queden con las ganas, pensó, no vaya a ser cosa que se me hagan percha los planes.

Las guardias extras para atender a personas con dificultades auditivas no le dejaban mucha guita; llegó a cubrir, esmeradamente, pasaje y hospedaje.

Durmió una siesta y, se vistió fashion sport; las pilchas de siempre más pulcras y perfumadas, luego caminó veinte minutos por la avenida “Oblivion”.

La ciudad capital, con sus luces color mandarina era linda de noche e igualita a las fotografías de las revistas travel world que había mirado, aunque bulliciosa e inmensa y eso no le gustaba mucho. Desde que se había inscripto, habían pasado tres meses y pese a la sobrecarga de trabajo sentía el entusiasmo a flor de piel.

El Tango llegó a Sebastián de las manos de un turista italiano que enamorado de Los Valles de Catamarca dio con el hospital del pueblo tras haberse estrellado por culpa de las luciérnagas, según las respuestas dadas por él mismo, a las preguntas protocolares de ingreso. El impacto lo había dejado con dolor de oídos y eso lo llevó a entrar pavoroso y desorientado en la guardia. Se le recetó descanso y gotitas de claridad; luego de varias madrugadas el turista regresó al hospital antes de seguir hacia Bolivia, agradecido por la atención recibida, a regalarles para que “escuchén, dijo en un español poco claro, música per l’ ánima.

Envuelto en papel metálico el cd de tango no fue admitido por sus colegas que lo catalogaron de música para viejos, aburrida.  Por eso y en las tardes en su casa, antes de salir a trabajar la escuchaba. Desde entonces se había imaginado un abrazo con quien bailar sones Troilianos. Y como para el año dos mil no hubo encontrado en el pueblo y ni en la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca, lugar donde le enseñaran, o lugar donde pudiese dibujar al ras del piso los movimientos que le brotaban del mismito sentimiento, se anotó en clases de danzas típicas de su provincia, que no conocía.

En Buenos Aires el evento no le brindaría únicamente la oportunidad de dibujar al ras del piso como había leído hacían todos los bailarines, en libros y revistas encargados especialmente a Ruperto, el diariero del hospital; también podría encontrar a su pareja de tango. Sin gomina estaba a punto de tocar el timbre de la dirección que los organizadores le enviaron por casilla de correo yahoo. El evento “BT” estaba a punto de comenzar. ¿Pareja de Tango? Se preguntó por milésima vez.

A las ocho y cincuenta y nueve de la noche y tras tocar el timbre, no sabía que de repente y detrás de la puerta que daba a la cita, para la que había hecho el viaje del año y planificado los mejores resultados, después de once horas en un bus con asientos ni siquiera semicamas, un pasillo espejado de cien metros le iba a fragmentar asimétricamente el cuerpo y el rostro. Nunca antes, pese a haber visto casos de fracturas expuestas, se imaginó que iba a experimentar tal sensación. Entonces, perdió la dimensión del tiempo que demoró en recorrerlo. Sin querer ver su fragmentación en movimiento, buscó hacer foco en algún un punto para seguir adentrándose; avistó al final los peldaños negros de una escalera. Pese a la sensación de vértigo, la curiosidad pesó más y al llegar al umbral, la imagen de personas amuchadas e inmóviles vestidas con elegantes trajes, bajo siete cuadros pintados en acuarela, con rostros de mujeres por encima de sus cabezas, le hicieron sentirse adentro de una jaula de hamsters con una rueda en el centro y sin salida. En las mujeres se concentró; parecían querer hablarle, empezaban a mover de a dos, los cuatro ojos, justo antes de que la interpretación bandoneonista de un músico en deshidratación salido de una galera, trajera a cuentas la escucha de su corazón exaltado; en sincronía al estilo Troilo, que el viejo bandoneonista de la avenida “Oblivion”, comenzaba a tocar

CHE BANDONEON – AMADEO FAZZARI

 

Paula Maldonado