Ninguna de las biografías de Marilyn que haya leído, y las he leído todas, da cuenta del paso de «ella» por Buenos Aires. Sí, Marilyn estuvo aquí, y no me miren con esa cara de papanatas, yo la conocí, yo estuve con «ella».

Yo estaba haciendo tiempo en el Varela Varelita. Llovía. Hacía frío. La ciudad se iba quedando desierta y brillante. Se anunciaba una noche de fantasmas. Recuerden, entonces yo estaba solo. En un momento, salida nadie sabe de dónde, entró «ella» metida en un tapado marrón tres talles grande. En la radio comenzó a sonar ese tango que dice: «Ninguna / como tu no habrá ninguna / ninguna con tu piel y con tu voz». Cuando se quitó el abrigo, fue como si el mundo se hubiera detenido a observarla. Cuando se sentó junto a la ventana, el mundo volvió a respirar. El rengo, ¿se acuerdan del mozo rengo del Varelita?, luego de acercarse a su mesa se me plantó al lado y me dijo: es gringa, no le entiendo un pito, ¿Usted que sabe idiomas por qué no va a ver que quiere?, en una de esas… Rengo atorrante, me acuerdo que pensé. Terminé sentado frente a esa muchacha triste de ojos cansados.

 

Aclaremos: entonces no la conocía nadie y no se llamaba Marilyn, se llamaba Norma. Había sido seducida por un par de argentinos vivos en un cabaret de Nevada y traída a Buenos Aires con la promesa de una película que nunca se filmaría. Se había costeado el viaje con sus pocos ahorros para descubrir acá las verdaderas intenciones de aquellos cafishios de pacotilla. El asunto es que había logrado librarse de los estafadores escapando a tiempo cuando las cosas comenzaron a ponerse pesadas. Ahora se encontraba varada en una ciudad extraña, sin amigos, sin idioma, perseguida y sin dinero. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Norma era como un angelito de Dios. No se rían. Sin segundas intenciones le ofrecí alojamiento y la promesa de que el siguiente día resolveríamos el tema de su regreso a Estados Unidos. Al principio desconfió, pero mi cara de boludo, su desesperación, o ambas deben haber disuelto su recelo porque finalmente vino. Caminó temblando de frío las tres cuadras hasta casa. Allí le ofrecí mi baño y mi cama. Agradecida, pero con naturalidad, aceptó las dos cosas.

Cerró la puerta de la habitación y yo me tumbé frente al televisor encendido sin verlo, con mi cabeza en ella y mis oídos atentos a los ruidos de la ducha, y pensando que no era una mujer, que era un ángel. Ruidos en la habitación, su sombra encendiendo y apagando la luz que se filtraba por debajo de la puerta y a través de la cerradura. Luego silencio. No recuerdo en qué momento me quedé dormido, pero en sueños volvió a sonar el ninguna como tu, no habrá ninguna, ninguna con tu piel y con tu voz y en sueños oí el ruido de la puerta abriéndose y «ella» dibujándose en el marco y diciéndome «I´m so lonely, embrace me please». Traduzco para los incultos: «Estoy tan sola, abrázame por favor». Entonces desperté. Instintivamente dirigí la mirada hacia la puerta y ¡oh sorpresa! allí estaba Norma repitiendo las palabras que me había adelantado en sueños. Y, como dijo Lorca, me porté como lo que soy, un gitano de ley. Y no les voy a dar detalles de lo que pasó, porque ustedes nunca saben ni sabrán lo que es dormir con un ángel y no pienso alimentar su sarcasmo onanista.

La cosa es que al día siguiente, sumergido en la más profunda narcolepsia, saqué un adelanto de la oficina, pedí prestado, y le robé a mi vieja para comprarle el pasaje y llevarla en taxi hasta el aeropuerto. «Ella» se despidió de mí con un beso que todavía me arde en la boca. Sólo desperté de aquel estado cuando la lluvia me azotó en la parada del colectivo que con las últimas monedas me llevaría de vuelta a mi agujero. Después a «ella» le llegó la fama, el dinero, y todo lo demás.

Me enteré de su muerte sentado en «nuestra» mesa del Varelita, mientras en la radio sonaba otro tango, ese que se pregunta: «¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?». Desde entonces, cuando la recuerdo, es decir todos los días, hasta hoy, he estado viendo su cara y preguntándome ¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?. Hoy encontré la respuesta: el muy maldito se estaba vistiendo, poniéndose bonito para recibirla…

NINGUNA – ALBERTO CASTILLO

Ernesto Mallo, Argentina © 1997