Si siempre quisiste saber por qué había calesitas en nuestra ciudad, escuchá esta historia.

Hace mucho, mucho tiempo, los niños no tenían límites para extender su mirada, su imaginación y sus deseos de aventura. Si deseaban cabalgar, elegían el más brioso corcel… si deseaban volar, subían al más bello de los cisnes… si era de día, visitaban el sol, si era de noche, a las estrellas. Si deseaban navegar, buscaban la barca más hermosa y soñaban encontrar míticos tesoros y anillos mágicos. Si deseaban travesura y diversión, montaban los cerdos más dóciles de las chacras. Pero con el paso del tiempo fueron surgiendo muros y edificios, edificios y muros, encontrarse fue más difícil y el color verde fue encarcelado en las plazas. En una de ellas, quedó atrapado un árbol viejo y sabio que fue recogiendo los sueños de los niños que a sus pies lamentaban sus aventuras perdidas. Durante un equinoccio de primavera, el árbol decidió florecer mágicamente. Ese día, cuando los niños volvieron a la plaza a reunirse bajo el árbol, encontraron en su lugar un pequeño mundo de aventuras con caballos de madera, cisnes, barcas y chanchos, cobijados bajo un cielo de estrellas de plata y soles dorados y un hombre misterioso que envuelto en una alegre melodía, les ofrecía un anillo mágico que daba entrada al mundo de aventuras que habían perdido.