A veces repaso mis horas aquellas
cuando era estudiante y tú eras la amada
que con tus sonrisas repartías estrellas
a todos los mozos de aquella barriada.
¡Ah! las noches tibias… ¡Ah! la fantasía
de nuestra veintena de abriles felices,
cuando solamente tu risa se oía
y yo no tenía mis cabellos grises.

Íbamos del brazo
y tú suspirabas
porque muy cerquita
te decía: «Mi bien…
¿ves como la luna
se enreda en los pinos
y su luz de plata
te besa en la sien?»
Al raro conjuro
de noche y reseda
temblaban las hojas
del parque, también,
y tú me pedías
que te recitara
esta «Sonatina»
que soñó Rubén:
(Recitado:)
«¡La princesa está triste! ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa.
Que ha perdido la risa, que ha perdido el color…
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.»

¿Qué duendes lograron lo que ya no existe?
¿Qué mano huesuda fue hilando mis males?
¿Y qué pena altiva hoy me ha hecho tan triste,
triste como el eco de las catedrales?
¡Ah!… ya sé, ya sé… Fue la novia ausente,
aquella que cuando estudiante, me amaba.
Que al morir, un beso le dejé en la frente
porque estaba fría, porque me dejaba

LA NOVIA AUSENTE – ALFREDO DE ANGELIS – JULIO MARTEL – (E. CADICAMO – G. BARBIERI)