Con motivo de su incorporación en el cuadro de la Generación Intermedia de la Academia Nacional del Tango, el 16 de julio de 2007, se realizó un plenario público, donde tuve el gusto de charlar con Cacho Castaña, en una sala colmada de admiradores.

Pertenecemos a una misma generación musical, cuando el tango recorría una lenta y constante declinación y el rock and roll avanzaba con fuerza en los jóvenes, a través de Bill Halley, Little Richard y, especialmente, Elvis Presley.

Cacho es el arquetipo del muchacho de barrio, canchero, simpático, que sueña triunfar con su música. Le tocó una época de transición, el tango decaía y los referentes artísticos ya no eran nuestros, provenían del hemisferio norte.

«Las discográficas decidieron que el tango no iba más. Porque Estados Unidos que maneja todo el planeta ¿cómo no lo iba a manejar musicalmente? A veces, en mis noches de bebida espirituosa pienso que, si nosotros hubiéramos sido una potencia como ellos, la cosa sería al revés y sería el tango la música de los muchachos norteamericanos.

«Soy pianista de estudio y fui a la academia porque me gustaba, no me obligaron mis viejos. Me recibí de profesor superior de música a los 14, y un año antes, debuté en la orquesta típica de Oscar Espósito, en el Parque Japonés, en el viejo Parque Retiro. Después de eso, tuve la suerte y el milagro de no parar con la música y vivir de lo que me gusta.

«Cuando apareció Elvis Presley los pibes que éramos tangueros y hacíamos nuestras primeras armas en el espectáculo, nos empezamos a confundir, a dejarnos las patillas largas, a mover la pelvis en el escenario, a tratar de mezclarnos en el rock and roll.

«Después de eso cada uno hizo lo que pudo. Pero podemos decir que somos una generación que creció con el tango y el rock. Por supuesto, también con los Beatles.

«Hubo un recreo con Julio Sosa que se ganó a la juventud. Sosa llevaba la misma gente que llevaba Palito Ortega. Y pensar que mis primeras raíces fueron Charlo, Francisco Fiorentino, Aníbal Troilo, el Glostora Tango Club. Bastante tiempo después vendrían Susana Rinaldi y Rubén Juárez, pero el tango era una isla.

«Mi primer composición tanguística fue pésima, la tiré a la basura, tenía 13 años. Yo me inicié haciendo todo tipo de música. Algunas de ellas muy populares, las canta todo el país, en las canchas de fútbol, en las calles y, sin embargo, no venden un solo disco. Son éxitos que están a flor de labios de todo el mundo pero no sirven comercialmente.

«En 1971, pegué fuerte con mi tema “Me gusta, me gusta” que llevé a Japón. A partir de ahí, arranqué con todos éxitos que se vendían en discos simples. Hasta ese año, galgueaba, remaba en el dulce de leche, después vino lo bueno.

«Esta noche les voy a hacer una confesión que ustedes no van a creer. Yo tengo registradas en SADAIC, aproximadamente unas 600 obras grabadas. La canción que menos plata me dio es la más aplaudida: “Café La Humedad”, pero es la que más feliz me hizo. Lo compuse en 1972 y evoca el café de Gaona y Boyacá, donde me juntaba con la barra y que ya no está más.

«Con el tango logré un reconocimiento especial. Siempre tuve buena relación con la gente, pero ahora lo noto día a día con los últimos discos de tango que, además obtuvieron por sus ventas, discos de oro y platino. Estoy haciendo lo que me gusta y no pienso salir de este género.

«Yo tuve la suerte de trabajar con El Polaco Roberto Goyeneche los últimos años de su carrera. Fue mi ídolo máximo. Él me enseñó a especular con los silencios.

«Con “Qué tango hay que cantar”, que hice con Rubén Juárez ocurrió un hecho divertido. Nos citamos un día a las seis de la tarde y, de soberbios que somos, dijimos: «Hoy vamos a escribir un tango». Un tango lo escribís cuando Dios te lo manda, no cuando vos querés. Tomamos un vinito, luego otro y otro, llegamos a la medianoche y seguimos bebiendo. Nos sorprendió la madrugada en la misma faena y, al mediodía nos dimos cuenta que no habíamos producido ni una palabra. Nos despedimos y, recién al día siguiente, ya frescos y por teléfono, salió el tema completo. No me quejo, la pasamos bárbaro esa noche.

«Una canción que elaboré con el corazón y la razón fue “Septiembre del 88”. Expresa lo que realmente sentía. Que la Argentina tenía que mejorar. En la primera parte argumento todo lo que yo vivía: la inflación, el saqueo de los supermercados, la pendiente del gobierno de Alfonsín. Pero después vino otra mirada y me dije: yo quiero una Argentina pujante, que tire para arriba, que la gente humilde no sufra, que estemos mejor. Y salió la segunda parte. No fue tan difícil. Me la inspiró un amigo que vivía en el exterior.

«Cuando me preguntan el porqué del título “La Gata Varela”, en homenaje a Adriana Varela, contesto siempre: Porque es una atorranta cuando canta. Vos la mirás y sabés que no va a misa. Es como yo.

«También le dediqué un tema a la querida Tita Merello, “Tita de Buenos Aires” y otro, a mi inolvidable maestro, El Polaco Goyeneche, “Garganta con arena”. Le debo un homenaje a Virginia Luque que fue la primera en cantar mis obras.

«Soy pianista y compongo con la guitarra. ¿No te parece insólito? El ser humano es un bicho raro.

«En este momento estoy haciendo un nuevo disco para el sello Odeon. Compuse bastante este año y tengo muchas expectativas. Sigue la línea de los anteriores. Yo siempre digo que no hago tango, hago balada-tango. El bandoneón lo utilizo porque tiene un sonido y un color especial para pintar cualquier cosa. De repente, a una canción que tiene solamente violines, le ponés un toquecito de bandoneón y es como ver el amanecer de Buenos Aires.

«Los poetas tienen que sufrir para escribir, sino no son poetas. Antes, se les morían las minas a los 15 años de tuberculosis. Ahora no es así, hay que documentar las letras con otros motivos, debemos ser actuales. Si no hubiera sufrido, no hubiera escrito nada.

«Uno de los días más felices de mi vida, fue cuando actué con la Selección del Tango dirigida por Leopoldo Federico, con todos los monstruos.»

Y se despidió como un grande, cantando «a capella» su “Garganta con arena”, con el aplauso del público y esa especial sensación dentro mío, de haber compartido una charla con un auténtico ídolo popular.

FUENTE: Todotango – Ricardo García Blaya

CAFE LA HUMEDAD – ( CACHO CASTAÑA )