Todos los tangueros tenemos una particular visión respecto de los valores de los artistas y esto está bien, nuestros gustos y experiencias personales nos definen en la elección por unos u otros.

Seguramente, cuando hablamos del tango canción, se produce un acuerdo unánime en la figura incomparable de Carlos Gardel, lo que no ocurre cuando la discusión se dispara a las orquestas o al resto de los músicos o cantantes.

El caso de Eduardo Arolas, es otra excepción, su extraordinario talento como compositor, lo colocan un peldaño arriba del resto, lo que constituye un mérito aún mayor si tomamos en cuenta que en su generación surgieron los más grandes creadores de tango. Baste recordar a músicos de la talla de Agustín Bardi, Vicente Greco, Arturo De Bassi, Juan Carlos Cobián, Roberto Firpo, entre tantos otros.

Así Gardel y Arolas, son a mi juicio, la piedra basal del tango moderno, el primero francés de nacimiento y porteño de adopción, el segundo argentino, hijo de padres franceses.

Dueño de una creatividad melódica increíble, irrumpe en la actividad musical como modesto ejecutante de la guitarra, su primer instrumento, de la mano de su amigo Ricardo González, (Muchila).

Pero será el bandoneón el responsable de su consagración y el fiel testigo de su genio y de su vida atormentada.

Unos pocos años le fueron suficiente para componer más de cien obras de excelente calidad, en las que hace gala de una estructura moderna y compleja, llena de posibilidades para los arreglos y las variaciones.

Las melodías no son menos, transmiten melancolía, romanticismo y en algunas, un dramatismo sobrecogedor, pero todas ellas de una infinita belleza, propia del espíritu modernista del autor.

Parafraseando al querido investigador Héctor Ernié, estamos en presencia de «un fenómeno con mayúscula», que sólo vivió 32 años.

La excelencia tributa en toda su obra, “El Marne”, “La cachila”, “Comme il faut”, “La guitarrita”, “Lágrimas”, “Maipo”, “Retintín”, “Viborita” (“Vivorita”, en la partitura original), “Catamarca” y “Derecho viejo”, este último de un éxito impresionante.

Su primer tema “Una noche de garufa” (1909) fue concebida intuitivamente, de oreja, repetida de memoria, ya que no sabía solfeo y menos escribir en un pentagrama. Fue Francisco Canaro el primero que lo ayudó a perpetuarla, haciendo la partitura del violín, luego Carlos Hernani Macchi escribió la parte correspondiente al piano.

En este primer período que culmina en 1912, compuso varios tangos entre los que se destacan “Nariz” y “El rey de los bordoneos”, este último en homenaje al guitarrista Graciano De Leone.

En 1911 inicia sus estudios musicales en el conservatorio del maestro José Bombig y en tres años aprende teoría, solfeo y armonía.

 

Ese mismo año formó su primer conjunto con el guitarrista Leopoldo Thompson y el violín de Eduardo Ponzio, actuando en diversos cafés de Buenos Aires y Montevideo.

Al poco tiempo integra un trío con el gran Agustín Bardi al piano, y el violinista Tito Roccatagliata y, en 1912, un cuarteto con éste último y el flautista José Gregorio Astudillo y la guitarra de nueve cuerdas de Emilio Fernández.

Al año siguiente es requerido por el director Roberto Firpo para tocar en el cabaret Armenonville del barrio de Palermo y en otros escenarios, para finalmente formar su propia orquesta.

Entre 1913 y 1916, ya con estudios de solfeo y armonía, aparecen sus temas “Delia”, “Derecho viejo”, “La guitarrita” y “Rawson”, entre otros menos conocidos. También el tango “Fuegos artificiales”, obra realizada conjuntamente con Roberto Firpo.

Después sucederían incontables viajes al Uruguay, actuando con gran éxito en Teatro Casino de Montevideo, ciudad donde se radicaría para intentar olvidar un drama amoroso que lo marcaría el resto de sus días (ver Apuntes sobre Arolas y su tiempo).

No obstante, volvía frecuentemente a Buenos Aires para cumplir contratos puntuales y presentaciones, pero su autoexilio se repetía al término de cada trabajo.

En 1917 participa como bandoneonista estrella en la gran orquesta surgida de la fusión Canaro-Firpo, formada especialmente para los carnavales rosarinos.

A partir de 1917 y hasta su muerte, escribe sus tangos más famosos, algunos de ellos obras magistrales del acervo cultural de nuestra música ciudadana, me estoy refiriendo a “La cachila” y “El Marne”.

De esa época son también: “Comme il faut”, “Retintín”, “Moñito (Marrón Glacé)”, “Rocca”, “Taquito”, “Lágrimas”, entre muchas otras.

En 1922 se embarca a Francia y al poco tiempo regresa a Buenos Aires que lo verá por última vez. De vuelta en París, enfermo y alcohólico, muere el 29 de septiembre de 1924, dejando su última obra, la única escrita en Francia: “Place Pigall”.

Arolas fue vanguardia en la composición y también en la ejecución del tango.

Su orquesta lucía distinta a las otras, en 1917, comienza a grabar para el sello Victor, donde se comprueba su sonoridad, su brillo y un ritmo de una particular vibración.

Ernié nos dice: «Su marcación rítmica en este período es mucho más elástica, no es tan rígida y denota un mayor vuelo musical, más cantante, mayor caudal sonoro. Resulta —en comparación a las demás orquestas de la época— la más avanzada».

Después menciona la inclusión de instrumentos no contemplados por otros directores, como el violoncello, el saxofón y el banjo.

El hecho del poco reconocimiento al Arolas intérprete se debe, esencialmente, a la mala calidad de los registros discográficos.

Un párrafo aparte para tres de sus obras que no fueron tan difundidas.

 

Me refiero en primer lugar a “Viborita”, de una melodía exquisita que podemos valorar en toda su medida en el registro de la orquesta del violinista Agesilao Ferrazzano del año 1927.

Después “Lágrimas” donde destaco la versión de la orquesta de Alberto Mancione de 1953, con un arreglo respetuoso y delicado de la obra original.

Y, finalmente, “Qué querés con esa cara (La guitarrita)”, el ejemplo más acabado de la influencia que la música criolla ejercía en nuestro bohemio compositor urbano. Son muchas las versiones que me gustan de este tango, pero propongo dos: la de Francisco Canaro de 1930 y la de Osvaldo Pugliese de 1954.

En cuanto a sus obras más difundidas e importantes, “La cachila” tiene tantas grabaciones que merecería un capítulo aparte, ya que la mayoría de las orquestas la incorporó a su repertorio. De todas ellas me quedo con la versión del maestro Carlos Di Sarli, de 1941.

Lo mismo podemos decir sobre “El Marne”, que además es la cortina musical de nuestro programa radial Siempre el Tango —orquesta de Osvaldo Fresedo de 1980— pero sin duda se destacan la versión de Aníbal Troilo de 1952 y la de Horacio Salgán registrada al año siguiente.

Arolas fue un genio irrepetible que se renueva permanentemente y que nos conmueve cada vez que escuchamos la hondura de su obra.-

FUENTE: Todotango

LA CACHILA – EDUARDO AROLAS – CARLOS DI SARLI